viernes, 1 de mayo de 2009

VAYA INCULTURA DE LOS ANTITAURINOS....







Desde tiempos inmemoriales, recorrían los pueblos de España los llamados «matatoros» o «toreadores», divirtiendo al público (y cobrando por ello) mediante la práctica del toreo a pie de forma más o menos rudimentaria (sorteando o recortando a los toros, dándoles lanzadas o saltos, etc.). Además, estaban los pajes que, como parte de su servicio, ayudaban a los caballeros a lancear o rejonear a caballo, realizando los quites cuando fuera necesario. Con la prohibición de torear a caballo que en 1723 Felipe V impuso a sus cortesanos, los modestos matatoros y los pajes empezaron a torear por su cuenta en las ciudades más importantes y a desatar el entusiasmo del gran público.
Las críticas a las corridas de toros no son algo nuevo. Desde su mismo nacimiento como "espectáculo" moderno, en el siglo XVIII, las corridas de toros han sufrido críticas, prohibiciones y han tenido que sortear numerosas dificultades. La nueva dinastía llegada a España (los Borbones), y en general la aristocracia afrancesada, despreciaba estos espectáculos por considerarlos indignos y propios del populacho, por lo que Felipe V prohibió su ejercicio a sus cortesanos (1723). Fernando VI solo consintió las corridas a cambio de que sus beneficios se destinasen a obras de caridad como sufragar hospitales y hospicios. De esta época son las primeras plazas de toros construidas como edificios permanentes, como la de Madrid o la de Zaragoza. Algunos intelectuales ilustrados, como Jovellanos, también criticaban estos espectáculos por considerarlos poco didácticos y una muestra del atraso español.
Hasta que Carlos III, influido por el Conde de Aranda, prohibió las corridas de toros en 1771. El pueblo, sin embargo, hizo caso omiso, y siguió entregándose con entusiasmo a las nuevas figuras del toreo, que Francisco de Goya recogió en su serie de grabados sobre tauromaquia. Todos los gobernantes posteriores intentaron prohibir las corridas: Carlos IV volvió a hacerlo en 1805. Tras la Guerra de la Independencia Española, a lo largo del siglo XIX, surgía con frecuencia en el Parlamento español el debate de la prohibición. La última vez fue en 1877, cuando el Marqués de San Carlos propuso a los diputados la prohibición de las corridas de toros. Se rechazó la propuesta pues se consideraba que sería demasiado impopular: era la época de Lagartijo y Frascuelo.
A partir de entonces no se ha abordado la prohibición directa, pero todos los regímenes posteriores (la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, el franquismo y la democracia) han puesto dificultades y las han tolerado a cambio de gravarlas con impuestos especialmente altos y mantenerlas bajo control (los toros siguen dependiendo aún hoy del Ministerio del Interior). En opinión del escritor taurino Domingo Delgado de la Cámara, «la fiesta es una superviviente nata: siempre rodeada de enemigos, solo se mantiene viva por el gran cariño que la profesa gran parte del pueblo español».




1 comentario:

george viii dijo...

no sois buenas personas, por mas retratos del cristo que pongas por ahi, inculto... tú, que aparte de toros y procesiones dudo mucho que sepas hablar de ningún tema más. La historia por fin ha comenzado a bajar el telón.

bye bye!!