sábado, 5 de diciembre de 2009

El crucifijo.

Los historiadores desmintieron que Juliano el Apóstata, el primero que prohibió el crucifijo en las escuelas, al ser herido con una jabalina, lanzó al cielo la sangre y dijo: «Venciste Galileo». Sin embargo, está verificado que Stalin, ex seminarista, que había preguntado con sarcasmo que cuántas divisiones tenía el Vaticano, después de pisotear los iconos, recibió al patriarca Sergio y reconoció: «No ha sido posible». Así que ningún ateo se marque faroles, aunque tampoco sea verdad aquello que nos contaban en la doctrina, que Voltaire, cuando agonizaba se comía su propia mierda y gritaba llamando a la gracia divina.
Ahora no es Azaña, con verruga y plomada, sino Joan Sardá, león rugiente, sonámbulo errante, el que ha visto la luz de los ateos en un autobús de Barcelona, entre las limousines donde iban las esposas y las mamás de los ladrones del tempo. Leyó: «El hombre ha creado a Dios a partir del miedo». El Satán separatista vino a Madrid con sus letanías, y convenció a la logia de Zapatero de que se votara a favor de la retirada del crucifijo de las escuelas.
En el 31, Azaña dijo que España había dejado de ser católica; unos años después los obispos ganaron la Cruzada. Ahora no han ido en plan comecuras, sino que se ha acatado una sentencia europea que dice que el crucifijo en la escuela pública supone una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones y va contra la libertad de religión de los alumnos. Hay que entender a los laicos. Para ellos el crucifijo simboliza el intento de implantar lo ilógico en las mentes de los niños, o meterles en la mollera cosas que no se justifican por la razón, como que la Tierra es plana, que los palos se convierten en serpientes, que la comida cae del cielo o que la gente puede caminar sobre las aguas. Escribió Robert G. Ingersoll: «Si un hombre quisiera seguir las enseñanzas del Viejo Testamento, sería un criminal». Bien está que pidan tolerancia los que en otro tiempo ordenaban a la Santa Inquisición que vigilara que las habitaciones tuvieran cerrojo por fuera y nada por dentro, para vigilar si se comía carne en los días de vigilia, es decir, las personas se comían unas a otras.Se expulsó varias veces a los jesuitas, se calcinaron las iglesias y España no dejó de ser católica. Los españoles no estaban seguros de ser católicos, pero estaban completamente seguros de no ser mahometanos. La religión es, queramos o no, nuestra forma de razonar; según Navarro Valls, el cardenal de paisano, el humus de Occidente, también el culto a la llaga y el amor a los huesos de los muertos.Además, los laicos españoles son unamunianos, en el sentido de que saben que Dios no les niega el consuelo del engaño.
RAUL DEL POZO

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