viernes, 29 de enero de 2010

La Palabra (III)

Seguimos aproximándonos cada día más a nuestra querida Cuaresma, ya comienzan los ensayos y los costales a salir de los armarios y cajones donde han sido guardados durante todo este año que ha pasado.

Hoy, todavía en el Tiempo Ordinario de nuestra Liturgia, quería hablaros de un pasaje del evangelio de Lucas al que le tengo especial aprecio.

El Evangelio del domingo pasado nos cuenta como Jesús regresa a Nazaret y como todos los sábados va a la sinagoga a predicar, toma el libro del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me han enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los opromidos; para anunciar el año de gracia del Señor" Después de leerlo, Jesús se sentó y dijo: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír".


En el Evangelio de este domingo oiremos como Jesús dice que ningún profeta es bien recibido en su tierra y como es expulsado de la sinagoga, "lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte, en donde se alzaba el pueblo, con intención de despeñarlo".

Este es altar del lugar donde estaba situada la sinagoga de la que Jesús fue expulsado.


Hoy, comienzo de ensayos para unos, visperas de igualás para otros, paremonos a pensar, ¿somos nosotros como el pueblo de Nazaret?, ¿creemos ciegamente en Jesús? o ¿querriamos despeñarlo?. Mi intención de hoy es que cada vez que nos pongamos un costal y sintamos el peso de sus píes (o los de su madre) reflexionemos y comprendamos el verdadero significado de lo que estamos haciendo.

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