Pasión Sevilla
Desde hace unos días es oficial, las Siete Palabras no sacará este mes de octubre el misterio para conmemorar cinco siglos de existencia de la primitiva sacramental, hermandad más antigua de cuantas se unieron y fusionaron para dar como resultado la corporación actual. Un enroque de la Delegación Diocesana para las hermandades, que no veía adecuada esa procesión extraordinaria ha dado carpetazo a lo que pretendía ser el broche de oro de la conmemoración de nada menos que medio milenio. Decían en Palacio que quién cumplía años era la hermandad del Santísimo Sacramento que fundó la mítica Teresa Enríquez y que el paso de misterio de las Siete Palabras nada tiene que ver con eso. El caso es que tras decenas y decenas de procesiones extraordinarias que a veces conmemoraban casi la nada, un medio siglo de existencia no se autoriza a celebrarlo como la hermandad quisiera.
¿Se han preguntado ustedes qué habría pasado si en lugar de las Siete Palabras hubiera sido una de las grandes la que cumpliera años y quisiera celebrarlo de esta manera? ¿A que cuesta trabajo pensar que a la Macarena o a la Esperanza de Triana le denegaran una conmemoración de este tipo? Seguro que aquí la vara de medir hubiera sido otra. Porque da la impresión de que la negativa a las Siete Palabras ha sido el injusto gesto que se ha tenido que dar para clausurar un largo periodo en el que las procesiones especiales han pecado de abundancia. Y la pena es que quien ha pagado los excesos del pasado ha sido una hermandad con solera y con historia, que ha realizado un enorme esfuerzo para normalizar su situación y que pretendía celebrar no una bodas de plata o de oro sino medio milenio, quinientos años de la fundación de la corporación más antigua de cuantas se fueron fusionando a lo largo del tiempo.
La ola de las procesiones extraordinarias se ha extendido a la provincia y al resto de Andalucía donde no hay fin de semana sin que salga un paso de manera especial. Aquí, en la capital, después de un 2010 con cuatro palios en la calle, el año se va sin que el Misterio de las Siete Palabras, rescatado artísticamente desde la cruz hasta los zancos, salga en un sábado de otoño para enseñarnos la belleza secreta de los siglos que se guarda en un rincón de San Vicente. No creo que la hermandad sea la que haya trabajado mal este asunto. Lo que ha ocurrido es que alguien tenía que ser el chivo expiatorio que pusiera fin a tanta magna ancha. Y ese chivo, con perdón, ha sido el que menos merecía esto.
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