jueves, 10 de noviembre de 2011

HERENCIA DE UNA TRADICIÓN (I)

Sin pretender hacer distinciones cualitativas entre el costalero actual y el antiguo, término del cual preferimos hacer uso en adelante, por considerarlo mas adecuado que el de “profesional” y por ser utilizada ésta con un marcado matiz peyorativo, asunto del que no es nuestra intención tener que sopesarlo, por razones obvias de las edades de quienes esto suscriben. Aunque tampoco estaría en manos de nadie poder enjuiciarlo, en cuanto a que los distintos hechos y circunstancias que acontecieron en un determinado enclave histórico, político, económico y social, fueron sustancialmente opuestos a los de nuestros días y por tanto, sería un injusto error establecer una comparación objetiva entre ambos.

Foto: Jesús Martín Cartaya Rendiremos de paso, un entrañable y sincero homenaje a los antiguos capataces y a las gentes de abajo, por las cuales la inmensa mayoría de los costaleros contemporáneos, mediante el legado que nos dejaron, hemos aprendido de una manera indirecta y en otros casos directamente, a pasear nuestros pasos para la mayor gloria de la Semana Santa de Sevilla.
Actualmente el costalero es admirado, escuchado y lo que es mas importante, su trabajo, el buen hacer bajo los pasos y su función en las hermandades y cofradías es de sobras reconocidos por todos. Pero en contraposición a lo que ocurre en esta época, hubo un tiempo en el cual su labor era despreciada e ignorada y lo que quizás fuese peor, ni se les quería conocer.

El costalero era socialmente despreciado, su trabajo debajo de los pasos, estaba reservado desde tiempo inmemorial al “lumpen” de aquella sociedad, ya por aquel entonces la designación que se hacía para ellos en tono discriminatorio era de “gallegos” a los mozos de cuerda, “ganapan”, cargueros o de cordel, cuyo único patrimonio fue la fuerza de sus músculos, por ser estos oficios a los que estaban relegados las personas de los mas bajo en el escalafón social. Según cuenta Domingo Rojas “Antes entraba un costalero en un bar a pedir un vaso de agua, se quitaban la gente del lado suya, parecía que tenía la fiebre amarilla”.
Foto: Jesús Martín Cartaya
Cuando llegaban a salir del paso, o a hacer un relevo, en el hipotético caso de que los hubiese, en condiciones normales no los había, ni existían los cuadrantes de relevos ni cuadrillas dobladas, las hermandades sólo contrataban a los costaleros que calzaba el paso, ya que supondría un mayor desembolso económico por parte de las mismas, de ahí la famosa expresión de los antiguos “hacer una carrera de mármol a mármol”, no existían mas ensayos que la mudá, ni mas casa hermandad que la taberna, ellos llamaban y además hacía de cuartel general, se quitaban el costal, se enfundaban una camisa, con el propósito de confundirse entre la multitud y se escondían.

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