sábado, 19 de noviembre de 2011

HERENCIA DE UNA TRADICIÓN (IV)

Por otro lado estaba el incondicional compromiso con el capataz sobre cualquier circunstancia, que convertido en auténtico líder, era el depositario de la confianza de todos y a su vez, de los problemas individuales de diversa índole, ya fueran deudas, muchas de ellas contraídas en el mostrador del telá, desempleo, enfermedad, desahucio... Añadiendo que el negociador de los emolumentos (la bolsa) por sacar las cofradías era él. A lo largo de todo el año ejercía como un verdadero padre, se buscaba en su figura, el amparo familiar que muchos habían perdido, costándole los cuartos, el que no gozase de una situación financiera holgada, ya que las hermandades con menos fondos, tampoco pagaban tan bien como pudiera esperarse. En reverencial agradecimiento, y con la responsabilidad de no defraudar, se entregaban a sus órdenes, sin ningún tipo de cuestiones ni reservas, como hijos eternamente agradecidos.
Foto: Francisco Santiago
Era tal el amor propio que reinaba en el seno de la propia cuadrilla y el ardor en defender al jefe de filas, que difícilmente se daba el caso en el que un costalero pasase de trabajar con un capataz para después hacer lo propio con otro, a no ser que la cuadrilla se disolviese por causas de imposibilidad física o fallecimiento de éste. Existía también un compañerismo fuera de lo común, puesto que organizaban lo que se llamaba un pañuelo, recaudando fondos de la bolsa de cada uno, para el que más lo necesitara, o bien para un viejo costalero en apuros económicos. Reuniéndose en cuarteles generales que eran las tabernas como en El Colmo o el Montúa, en La Puerta Osario donde lo hacía Vicente Pérez Caro, el cual anotaba en una pizarra, día por día, lo que sus gentes iban a ganar sacando cofradías. La gente de Bejarano, en Casa Antonio, en la calle Rodrigo de Triana. Los Ariza en la calle Castilla, en la taberna de Francisco Reyes. En El Portela, Casa Silva, La Moneda y otros tantos, eran considerados como una especie de casa común, mas que una oficina de listero o lugar de cita previa.

Sería una cuestión obvia pensar que por sus mentes pasara la idea de que se les estaba quitando su pan, con la incorporación de hermanos costaleros y aficionados para hacer el que siempre fue su trabajo, por lo que gran número de los antiguos fueron reacios a mostrar informaciones y conocimientos, perdiéndose de este modo la oportunidad histórica que se nos brindó, de haber podido preservar toda el oficio y la sabiduría, la cual había perdurado hasta aquel momento y por lo tanto, se fueron sin enseñar. De modo que, la inmensa mayoría de las primeras cuadrillas de hermanos costaleros, junto a otro elevado número de capataces se formaron de una manera autodidacta, con lo que gran parte de los antiguos conocimientos y técnicas estuvieron relegadas al olvido.

Aún existen veteranos costaleros tradicionales, ya retirados, que se niegan a ir al centro en Semana Santa para ver el trabajo de los que ellos siguen llamando “los niños”. Por el contrario, existieron otros muchos que enamorados del viejo oficio, y rebosantes de afición, se adaptaron al nuevo modelo imperante, para los que el salario era algo complementario y solo les importaba la tradición de ser costalero.

Siguieron como costaleros, aguaores, o contraguías y algunos otros, posteriormente, como capataces. Ejercieron, y aún ejercen aún como verdaderos maestros, instruyendo y aconsejando a los nuevos costaleros a la hora de trabajar debajo de los pasos o elegir y hacerse la ropa, verdadera herramienta en la tarea de portar los pasos, dándole el valor adecuado que se precisa para este menester. Difícil es ver hoy día, a alguno de los antiguos con un quiste de grasa a la altura de la séptima cervical, por motivo de haber hecho malos trabajos en sucesivas corrías, dando con ello evidentes muestras de oficio y sagacidad, hoy día casi desconocidas en este aspecto. Siendo la fuente viva del conocimiento y parte de la filosofía actual.

Por todo esto, por lo que de ustedes aprendimos, por vuestra desmedida afición y buen hacer, que no ha habido ni habrá dinero en el mundo para recompensar vuestra labor callada durante tantísimos años, valgan estas líneas como muestra de reconocimiento, respeto y admiración a los Ricardo Gordillo Díaz “El Balilla”, Rafael Antonio Díaz “el Poeta”, Gonzalo Santiago Gil, Cándido Cabello“ Cándi ”, Barroso, Oliva, Eduardo Vargas Los hermanos Domínguez... y a toda esa pléyade de antiguos costaleros anónimos que se dejaron sangre sudor y lágrimas sacando a la calle nuestras cofradías y hoy día arrastran con orgullo costalero, las secuelas de aquellos trabajos.

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