miércoles, 5 de marzo de 2014

CUARESMA

El recuerdo se anticipa al deseo, los colores invaden la ciudad, la primavera se respira, las golondrinas cruzan el puente de orilla a orilla, aviadoras que presentan tristes pero hermosos momentos. El pecho se hincha, tiembla, la cabeza mira de reojo suave muy suave, templos abiertos. 

El ambiente se enrarece, rodillas hincadas en el suelo, sostienen un corazón que arde como ascuas pero se deshace como la ceniza. Las costuras de los mantos se dan la mano, los varales dan verticalidad como si señalasen hacia donde deben caer las lágrimas. Jarras de flores que brillan en el ocaso como brilla el Porvenir el Domingo de Ramos, la candelaria más que iluminar, advierte la presencia de una mujer desgraciada y muerta en vida. Las bambalinas cercan el perímetro hasta donde se extiende el dolor. Las saetas se ofertan a los oídos, la madera dorada, tridimensional no brilla, se abre las carnes para producir destellos, crujen las gotas de sangre pegadas en la piel, mientras en el rincón del tormento el consuelo se duerme viendo ídolos de madera pero de sangre y muecas de dolor, muy humanas.

 El fuego del cirio se protege con la mano para protegerlo del aire transeúnte que cruza la calle de punta a punta, para ser obligado a no irse y sentir marchas, ver campanadas que coronan las horas de la madrugada. Eterna gloria que sin saberse, parece estar condenada al purgatorio como precio de los siete días degustados y consumidos. Suenan palilleras de agrupaciones añejas, las puertas al abrirse arañan el frío suelo de las casas de las imágenes del dolor, la música adorna, aporta pero sobre todo abruma exigiendo atención, tiempo, una oración en la calle Feria, o en San Jacinto, un suspiro en la calle Castilla, un aplauso en la cuesta del Bacalao o en el mismo arco de San Gil... Y el silencio como director de orquesta, he aquí lo más prodigioso, que puede relajar y también estremecer, sólo con hacer acto de presencia de la misma forma, marchándose haciendo el mayor de los ruidos, sino pregunten por cierta madrugada en la plaza de San Lorenzo, en la plaza de la Magdalena o en la calle Alfonso XII. Suena Cristo del Amor, el capirote se ajusta, el costal se aprieta, se exprime la rosa, se adormece al jazmín al ser bebé de pocas semanas. Miradas, dedos que señalan, manos que despojan de su túnica al culpable de ser inocente, instantes, juego de circunstancias.

" La Semana Santa se vive, como mucho se describe, pero no se explica, no porque sea tradición incuestionable, sino por que aquí se endulza el dolor, se limpia el alma y hace soñar al mismo corazón con que esto sea eterno. No hay mayor perfección que huir de la misma perfección, por que así se acaba poseyendo este don." 


El deseo metamorfoseado se filtra por los huecos del respiradero del paso un Martes Santo, el cíngulo cuelga, penitente de su capturado y la Semana Santa, otra vez, empieza a disolverse en eso a lo que llamamos, Cuaresma.




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