En los palios se dan circunstancias parecidas a las anteriores, se añora el andar elegante y fino de lo que es simplemente andar, como siempre se anduvo con ellos. Se mantiene una tónica de sosa uniformidad, o por el contrario unos movimientos excesivos y a su vez exagerados. Sin tener en cuenta la justa medida y cadencia que cada palio necesita, con su gracia particularísima. Perdiendo personalidad y rasgos que los distingue de otros palios.
En sincronía con el auge floreciente del hermano costalero, surge progresivamente, una nueva generación de capataces que han tenido acceso a los martillos de diversas hermandades, sin procurarse, un gran número de ellos, la experiencia y la formación necesaria para realizar un trabajo responsable y serio. Haciendo correr riesgos innecesarios en el trabajo que realizan los peones puestos a sus órdenes, poniendo en serio peligro su salud y acortando el tiempo de vida que presumiblemente le pueda quedar debajo de los pasos, con la consiguiente devaluación y empobrecimiento en la manera de andar.
Alentados y puestos al mando por las mismas hermandades o a base de generosos óbolos haciendo valer influencias y simpatías. Controlan así a cuadrillas y capataces en lo que pretenden convertir, que nunca fue, el último tramo de la cofradía, supeditándolos a normas intolerables y absurdas que van desde la configuración de los relevos, las listas de espera, la intervención en igualás en cuanto a personas y números de ellas en las cuadrillas, el límite de años de los costaleros o el número de cofradías a sacar antes que la propia y en el colmo de lo absurdo las que pueden sacar después, sólo con el solapado motivo de la eliminación del costalero que se le presume mas afición que devoción y siempre con la espada de Damocles pendiendo sobre su cuello en un hipotético caso de desobediencia, no importándoles como vayan los pasos de su hermandad sino que lo lleven hermanos.
Esta gravísima irresponsabilidad pone en peligro las figuras del costalero, por la discriminación del mismo que supone y del verdadero capataz con personalidad, que siempre fue de aprendizaje en la vieja escuela, por herencia y una gran afición, independiente, riguroso en el trabajo y con la responsabilidad del devenir de los pasos que manda, frente a la hermandad. Pudiendo pagar sus errores con la pérdida de la cofradía, y lo que es mas; la pérdida del reconocimiento y prestigio.
"Idolatrados" por unos, "odiados por otros", los capataces se han convertido en una parte importantísima dentro del ámbito de las hermandades y cofradías, donde las igualás se convierten en todo un rito y el ser o no aceptado dentro de una cuadrilla, es motivo de lágrimas. Igualmente, las cuadrillas se reúnen periódicamente en convivencias de hermandad con sus respectivos capataces y auxiliares, siendo parte viva y activa del mundo cofrade de nuestros días.
Los auxiliares van tomando relevancia en el entorno de la trabajadera y el martillo, haciendo piña conjunta en este tríptico de fe, afición e ilusión que conforman junto a capataces y costaleros. Preservando y asegurando con su aprendizaje y derroche de afición al lado de los maestros mas insignes, el futuro de lo que será a la postre el magisterio de las sevillanísimas y tradicionales formas de conducir nuestros pasos.
Tal es el grado alcanzado hoy en día por su conjunto, que incluso llegan a ser portada de periódicos cuando se producen relevos en el mando de los pasos, como ocurrió al tomar el mando de La Esperanza Macarena, Antonio Santiago y su auxiliar Ernesto Sanguino, o fueron noticias importantes los cambios de martillo en las hermandades, respecto a las dinastías de los Ariza o los Villanueva, en el Señor del Gran Poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario