En sincronía con el auge floreciente del hermano costalero, surge progresivamente, una nueva generación de capataces que han tenido acceso a los martillos de diversas hermandades, sin procurarse, un gran número de ellos, la experiencia y la formación necesaria para realizar un trabajo responsable y serio. Haciendo correr riesgos innecesarios en el trabajo que realizan los peones puestos a sus órdenes, poniendo en serio peligro su salud y acortando el tiempo de vida que presumiblemente le pueda quedar debajo de los pasos, con la consiguiente devaluación y empobrecimiento en la manera de andar.
Esta gravísima irresponsabilidad pone en peligro las figuras del costalero, por la discriminación del mismo que supone y del verdadero capataz con personalidad, que siempre fue de aprendizaje en la vieja escuela, por herencia y una gran afición, independiente, riguroso en el trabajo y con la responsabilidad del devenir de los pasos que manda, frente a la hermandad. Pudiendo pagar sus errores con la pérdida de la cofradía, y lo que es mas; la pérdida del reconocimiento y prestigio.
"Idolatrados" por unos, "odiados por otros", los capataces se han convertido en una parte importantísima dentro del ámbito de las hermandades y cofradías, donde las igualás se convierten en todo un rito y el ser o no aceptado dentro de una cuadrilla, es motivo de lágrimas. Igualmente, las cuadrillas se reúnen periódicamente en convivencias de hermandad con sus respectivos capataces y auxiliares, siendo parte viva y activa del mundo cofrade de nuestros días.
Tal es el grado alcanzado hoy en día por su conjunto, que incluso llegan a ser portada de periódicos cuando se producen relevos en el mando de los pasos, como ocurrió al tomar el mando de La Esperanza Macarena, Antonio Santiago y su auxiliar Ernesto Sanguino, o fueron noticias importantes los cambios de martillo en las hermandades, respecto a las dinastías de los Ariza o los Villanueva, en el Señor del Gran Poder.
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