jueves, 24 de julio de 2008

QUE OPINAN LOS CAPATACES

Si apelamos al símil futbolístico, los
capataces son como los entrenadores.
En caso de malestar o problema, o
simplemente por gustos, la cuerda se rompe
por el lado más débil. Cese y otro en el
cargo. Eso sí, no pueden trasladar a su vocación
de mando el dicho tan manido del fútbol
de “a entrenador nuevo, victoria segura”.
Los capataces, reconocido por ellos mismos,
son los que siempre están en medio. A
las órdenes de la junta de gobierno, pero al
mismo tiempo ordenando a su cuadrilla.
Son conscientes de que cuando el paso ya
está en la calle “el diputado mayor de gobierno
está en manos del capataz, y el capataz
en manos de los costaleros. El día siguiente
te pueden echar pero si uno u otros quieren,
se la pueden jugar a la hermandad”. Es una
reflexión de José González Luna, capataz de
la Estrella, las Siete Palabras o el Valle, quien
reconoce que la clave pasa por hacer de la
cuadrilla un grupo de amigos. Si hay complicidad,
“te la pueden hacer, pero es más
difícil”. Sí es verdad que cuando uno llega a
una hermandad, con el respaldo de su junta
de gobierno, los costaleros son libres de
seguir en la cuadrilla o dejarlo, “pero si la
junta toma una decisión la tienes que acatar
te guste o no. No se puede estar debajo del
paso haciendo lo que a cada uno le dé la
gana”.
Antonio Santiago, capataz de la
Macarena, entre otras muchas, es más contundente.
“Los costaleros son hermanos de
número con las mismas obligaciones y derechos,
y fuera del paso dejan de ser un colectivo”.
Además tampoco considera normal
que los costaleros asuman más poder del
que deben tener. “Eso es porque se les da. El
costalero sólo es costalero para sacar el paso
o para ensayar. En el cabildo no puede tratárselo
como un bloque”.
Francisco Reguera, capataz en el Cachorro,
el Cerro y la Redención también lo tiene
claro. “Cuando los costaleros tienen más
poder del debido es por culpa de los capataces
o de la junta de gobierno. En las elecciones,
se utilizan a las cuadrillas y eso pasa
factura. El capataz debe ser líder, manejar a
la cuadrilla y poner los límites”. Es complicado
manejar “un motín” debajo del paso y, de
hecho, cuando el costalero no encaja con el
capataz lo mejor es que decida irse o quedarse
con las condiciones que se planteen en la
hermandad. Reguera ha tenido experiencias
muy desagradables. “Cuando he tenido que
destituir a uno, he tenido que hablar con
media familia. Han llegado a amenazarme y
a insultarme. El problema surge cuando los
costaleros se creen que son clave y no reconocen
que son una pieza más de la cofradía.
No se pueden formar guirigays”.
Hay otra voz del martillo muy autorizada
para hablar en estos momentos. Antonio
Ariza es uno de los miembros de la saga que
manda ante los pasos de la Hiniesta y San
Esteban, donde precisamente se han producido
problemas. “Hay algunos costaleros que
no entienden que realizan dejación de funciones
si no obedecen al capataz. Se creen
que son los encargados de imprimir el
ritmo”. Considera el responsable del martillo
que hay dos cuestiones: Demasiado poder o
mucho protagonismo. “El poder lo reciben
de las juntas de gobierno a través de los
cabildos de elecciones. Una cuadrilla pone y
quita a un hermano mayor. El protagonismo
consiste en querer marcar un estilo y una
forma de andar, a pesar de lo que ordene el
capataz”. También es verdad que la autoridad
de un capataz con una cuadrilla puede tener
su tras fondo en “el respaldo que éste reciba
de la junta de gobierno o su situación en la
cuerda floja”.

Suplemento de mayo de 2008 "El correo de Andalucia"

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