domingo, 13 de noviembre de 2011

HERENCIA DE UNA TRADICIÓN (II)

Señala un capataz de la vieja escuela, “se dio la circunstancia en la que un costalero de antaño que habitaba en una barriada de clase acomodada, (también existían peones de esta condición que rebosaban por los cuatro costados una afición desmedida por el costal y la trabajadera, y al acabar la corría entregaban la bolsa a los mas necesitados), fue a entrar en el portal de su casa, aún con la ropa de la carrera, sin haberle dado lugar a quitársela, encontrándose con una vecina, la cual no lo reconoció con esa indumentaria, confundiéndolo con un ladrón que iba a atracarla y presa del pánico comenzó a gritar provocando la alarma de toda la vecindad. Hasta que se calmó y pudo darse cuenta que era su vecino de al lado, el cual trabajaba como costalero, en Semana Santa”.

Foto: Jesús Martín CartayaEscribía Antonio Burgos, en “ Elegía del costalero del muelle “, publicado por ABC, Miércoles Santo, 11- Abril de1979. “Los pasos antes olían a sudor y a meados junto al incienso y a las flores. Ahora por muy larga que sea la carrera, el desodorante no abandona a nuestros costaleros...” El desconocimiento por parte del público y los antiguos cofrades en general, del mundo de las gentes de abajo, era manifiesto. Sólo era patrimonio de unos cuántos, en fechas puntuales y en tabernas. Entre otros improperios, se decía de ellos que olían mal. Cosa dentro de toda lógica, ya que los desplazamientos eran a pié, desde sus casas a sus lugares de trabajo y de allí hasta la correspondiente cofradía que sacasen ese día, y así durante los siete días de la corría.

Además que por su humilde condición social, y en años en los que las penurias económicas eran el denominador común en la totalidad de las familias, se veían abocados a habitar en casas de vecinos, donde las duchas y aseos eran comunitarios, hasta el punto de hacer cola para entrar en ellos. Solamente los que tenían la inmensa suerte de trabajar en el muelle, se levantaban más temprano de lo habitual, esperaban a que abriesen para tener el privilegio de ducharse, completaban su jornada laboral, para que después volvieran a meterse debajo de los pasos. Con el temor añadido, de no quedarse dormido dentro del paso, por el riesgo de perder el jornal y la confianza del capataz y éste a su vez la de la hermandad que sacase ese día. ¿ A qué, si no a humanidad iban a oler debajo de los pasos?

Fueron despojados del más mínimo atisbo de dignidad humana, hasta tal extremo que, en el palio de Mª Stma. de La Angustia de la Hermandad de Los Estudiantes, por el perímetro de la parihuela, había una malla metálica circundándola a su alrededor con una portezuela trasera a la altura del pollero para salir y entrar, con el objetivo de mantener rectos los faldones, dándole mas importancia a la estética que a la propia seguridad de las personas que allí abajo se concentraban, en el supuesto caso de un incidente fortuito, como pudiera ser un incendio. Considerando también que desde fuera estaba la figura del fiscal, con una vara de madera en la mano para hacer uso de ella, en caso de que no se guardara la compostura y orden establecidos.
Foto: Jesús Martín Cartaya
Para hacernos una somera idea, hasta qué límites llegaban el sufrimiento de los antiguos peones, tenemos que hacer hincapié en diversos apartados, y el primero de ellos es que en los últimos años se han visto disminuidos el peso de las candelerías en los pasos de palio, siendo renovadas estas piezas por la mayoría de las hermandades, siendo las modernas mas ligeras que las sustituidas. Lo que nos hace pensar en el peso de esas antiguas delanteras que los costaleros de ayer en términos coloquiales les llamaban “candelerías de metal fundido”, destacando las del Museo, Buen Fin y La Trinidad, siendo punto y aparte la del paso de la Virgen de La Concepción de la Hermandad del Silencio, llegando el rumor entre las gentes de abajo, que la peana y la imagen de San Juan eran macizas, hasta el punto de ser incontrolables los movimientos en pisos desfavorables y con la constancia de haber salido algún costalero maltrecho.

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