martes, 15 de noviembre de 2011

HERENCIA DE UNA TRADICIÓN (III)

Deberíamos de considerar también la disminución del número de trabajaderas, colocadas en una libre disposición, quedando unas enormes distancias entre palos y grandes viseras en delanteras y traseras, siendo los mayordomos de las hermandades reacios a modificaciones y a ampliaciones de números de palos, por el proporcional aumento de jornales que ello implicaba que no por la obra de carpintería. Otro factor añadido fue el peso de las parihuelas y de los zancos, ya que algunas de ellas llevaban unas escuadras y elementos de carpintería impresionantes, todos reforzados con numerosas piezas de hierro, lo que hacía más dificultoso si cabe, el trabajo de los antiguos, teniendo que redoblar el esfuerzo en la casi totalidad del recorrido de las cofradías.Foto: Jesús Martín Cartaya


También habría que hacer mención especial al tema del adoquinado y los registros de alcantarillado existentes por aquel entonces, que casi nunca estaban enrasados, sobresaliendo unas mas que otras y desigualaban el trabajo en la mayoría de los casos, siendo el colmo los raíles del tranvía, para martirio de los sufridos pies en el trabajo a nivel del suelo, ya que por arriba había que echar a tierra el paso, por culpa del tendido eléctrico del mismo, creando mas dificultades añadidas a las expuestas, sobre todo en lugares de cruces y desvíos como eran el Altozano o La Puerta Osario.


Sin lugar a dudas resistieron con resignación hasta cotas impensables hoy día, soportaron plantes laborares de algunos sectores mas radicales, intentonas de sacar los pasos con ruedas, falsas acusaciones de quema de imágenes, la famosa y no menos incierta leyenda etílica, que aún sigue pesando en nuestros días y un largo etcétera de vicisitudes, extensas de enumerar. Todo esto superado con proverbial paciencia y ánimo espartano, sin que existiera preocupación alguna por parte de hermandades y para desconocimiento del público en general.


Recordemos como colofón las palabras de un viejo costalero, viendo un trabajo pletórico de facultades, de una cuadrilla de costaleros del nuevo sistema: “eso está mú bien, no hay problema pá hacerlo un día; sobre tó si los niños están bien comíos y bien bebíos, pero lo difícil era hacerlo toa la corría y teniendo que trabajá por las mañanas”.


Trabajaban habitualmente en diversidad de oficios en los que se empleaba la fuerza, como podían ser amarradores y areneros en el muelle, tareas en la fundición, albañiles, carga de cajas en los mercados...


Aunque por las imperiosas necesidades a las que hemos hecho referencia, el costalero tradicional veía la posibilidad de ver aliviada su situación económica, haciendo un trabajo extraordinario, con el cual estaban diariamente familiarizados. Pero en comparación al nivel de vida del momento y al jornal que percibían por ese trabajo semanal, tomando como contrapartida el número de horas trabajadas y esfuerzo realizado, podía considerarse como descompensado, cuanto menos mísero, pero casi siempre subiendo al unísono proporcionalmente al coste de la vida y según qué momento social.


Para hacernos una ligera idea en el año 1901, fruto de un plante laboral y después de unas arduas negociaciones, de doce a catorce reales que se pagaban subieron como mínimo a veinte reales y la añadidura de un cuartillo de vino. Ya en 1922 el jornal era de ocho pesetas, y en 1932 lo subieron por veinte.


En 1954 subió a setenta y cinco, en 1960 los jornales oscilaban entre las 160 y las 375 pesetas con especial sensibilización por partes de las cofradías de largo recorrido, hasta llegar al 1969 que se estabiliza la remuneración a una media de mil por cofradía, pasando a1 1980 en dos mil quinientas o tres mil pudiéndose apreciar el considerable salto que alcanzó en la década de los sesenta.Foto: Jesús Martín Cartaya


En honor a la verdad, ese sobresueldo que percibían por el trabajo realizado en los siete días, debió ser la base de su filosofía por el cual se metían debajo de los pasos, pero no la única. Grandes dosis de afición, y por supuesto, una incuestionable devoción, dejaron en un segundo plano la cuestión salarial y también acercaron a otros muchos al mundo de la trabajadera. Por ello como muestra deberíamos recordar unas frases del ya ilustre y costalero veterano, Ricardo Gordillo Díaz “El Balilla”: “Ahora se dice que los hermanos costaleros van con mucha fe debajo de un paso, pero yo pongo mi cabeza aquí mismo, ahora mismo, que ningún hermano cofrade que lleve a su imagen, quiere a la Virgen más que yo y que la haya paseado con más devoción que yo, ni haya sido capaz de llorar debajo de un paso como lo he hecho yo... ”

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